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HOMENAJE AL CATEDRÁTICO Dr. JOSEP LLUÍS SIRERA i TURÓ

A principios del mes de diciembre de 2015, el catedrático y dramaturgo de la Universitat de València, Josep Lluís Sirera, falleció a la edad de 61 años. La noticia de su enfermedad cayó como un mazazo entre todos los que le conocíamos. Y, sin darnos casi tiempo a reaccionar, la muerte se hizo presente con una celeridad, con una crueldad, que incluso a los que ya no podíamos cerrar los ojos a la evidencia, nos dejó sobrecogidos.

Poco puedo añadir a todo lo que se podría enumerar de una larga y brillante trayectoria intelectual, sus numerosísimos ensayos, estudios y obras dramáticas escritas al a par con su hermano, el también dramaturgo, Rodolf Sirera, son su legado. Su trabajo intelectual ha marcado un antes y un después en la vida académica española de éstas últimas décadas.

Su gran capacidad de trabajo le llevó a abarcar períodos tan extensos del panorama dramático español, desde el medievo hasta los tiempos actuales. En su ingente trabajo de investigación son tantas las deudas que tenemos con él de su esfuerzo por la recuperación y el análisis de documentos, que resultaría imposible enumerarlas todas sin caer en el error de omitir las más importantes; no obstante, conviene que cite dos esenciales como fue la recuperación de la casi relegada El Cant de la Sibil.la, así como su labor de contribución al afianzamiento de la Festa del Misteri d’Elx, entre otras. Su afán perfeccionista le llevó a trabajar en la vasta obra de Lope de Vega y sus contemporáneos, con el especial interés por los autores de su amada tierra valenciana que tanto reivindicó y donde puso todo su empeño en recuperar, tanto su lengua como su cultura.

A pesar de su dedicación vocacional y plena a la docencia y la investigación, también tuvo tiempo de ocupar varios cargos administrativos dentro de la Universidad, fue decano de la Facultat de Filologia, Director del departamento de Filología Hispánica, director del Servei de Biblioteques i Documentació y Vicerrector de Cultura, pero nunca se desvinculó de su alumnado. Todavía recuerdo cuando asistía a sus clases de historia del teatro español en la Facultat de Filologia de la Universitat de València. Josep Lluís las impartía en el horario que nadie quería, es decir, la hora de la comida y, a pesar de tratarse del momento más soporífero del día, era capaz de despertar el entusiasmo de todos los que le escuchábamos hasta el punto de contagiarnos su ilusión por el teatro. Al afán por explicarnos la importancia y la necesidad del teatro, a lo largo de la historia, se unía su capacidad para involucrarnos en su proyecto vital dramático. Esa implicación hizo que más de uno le siguiésemos en la aventura de la investigación teatral por distintos períodos de la historia dramática española.

Fue capaz de crear una escuela cuyos discípulos trabajamos en diversos campos de la historia del teatro gracias a su gran magisterio. En mi caso, aún recuerdo su sutileza para retarme a la investigación y así convencerme de la necesidad de continuar en aquellos aspectos de la historia del teatro a los que, a él mismo, le hubiese gustado dedicar más tiempo y que sus numerosas ocupaciones se lo impedían. Supo seducirme hasta lograr introducirme en la investigación del casi olvidado Rambal cuya figura enigmática tuvo tanta importancia en el teatro del siglo XX y que formaba parte de sus recuerdos infantiles.

Hoy, le rendimos homenaje, pero no basta con lo que destaquemos sobre su obra intelectual, su capacidad de innovar en la investigación y su sagacidad para captar la atención e implicación de los que estaban a su alrededor; como diría él mismo, hay tanto trabajo por hacer que seríamos injustos con nuestra apatía. Debemos continuar con su labor de dinamizar los estudios sobre el teatro y sobre todo en aquellos aspectos que parecen ser relegados y confinados de la atención y el análisis en la historia del teatro. Nuestro verdadero homenaje sería continuar con todo aquello que su meteórica vida profesional no le permitió terminar. Este sí que sería el auténtico homenaje que se merece Josep Lluís Sirera y que creo que le debemos tributar todos los que le hemos seguido en su magisterio.

Dr. Francisca Ferrer Gimeno

Universitat de València

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